viernes, 13 de febrero de 2009

El perfume de un as

Como si de algo sutil se tratase, ahí estaba el elocuente y tremendo bicharraco merodeando por la ciudad con el penduleante movimiento de su paraguas de señorito y su bombín de terciopelo. En la cara, un buen purito de importación cubana y unas cuantas trabajadas cicatrices. En su rostro, la sobriedad del que tiene controlada la situación en todo momento, de que cualquier cosa está a su alcance mediante su sabiduría, su virilidad, su poder adquisitivo, su fuerza... Nada en el mundo podría resistírsele. Por dentro de él, más de lo mismo, pura seguridad y control, disfrazada con mucho esmero con el paso del tiempo hasta alcanzar un nirvana crónico que su mente nunca hubiera creido capaz de asimilar, pero que a base de su caracter extrovertido y su facilidad para atraer a las masas lo hacen, nunca mejor dicho, una masa social.

Mariano llega al pub irlandés, se sienta en su sillón favorito, y comienza a farfullar improperios a diestro y siniestro, tiene confianza con la gente del local, mientras apoya sus manos en su cintura en forma de jarra, postura recostada y espatarragao hasta que sus piernas forman un ángulo de 180 grados. Lo aman. Lo respetan.Cuando recibe su buen cafe irlandés (bourbon roses incluido) destapa el periodico que tiene en su hombro, lee la primera portada e inmediatamente ya está llamando la atención del mundo "Zapatero es un grave problema, y todos los partidos igual, debería estar yo ahí" Todos asienten y le dan su conformidad. Mariano acaba (cómo no) excitado, el pueblo en general le da la espalda allí por donde va. Se cansa del ambiente del bar, gente tan poco interesada en la actualidad como él, y deja 10 euros sin pedir la cuenta, y se larga vociferando un "hasta la vista", en el fondo le dan pena todos.

Su próximo destino es su trabajo, ese despacho de muebles de roble que heredó de su padre y que a día de hoy sigue siendo el principal responsable. Su capacidad para dar instrucciones se pone de manifiesto en breves segundos, y en apenas 1 hora ya esta fuera del local encendiendo un nuevo cigarro camino a casa. Mariano se pregunta cómo puede ser que sus empleados trabajen por un salario tan mísero, él no lo haría, él se rebelaría todos los siempres.

A las 2 y media, Mariano abre la puerta de su piso en Génova, se quita su chaqueta, se afloja la corbata, y manda a la niñera que le prepare un tentenpie antes de irse con unos colegas a echar unas cervecitas por Huertas. Cuando sale de su garage con su rover, pone el freno de mano, aparta el cinturón, y mira extrañado para ambos lados husmeando el ambiente. Sale del coche y comienza a rascarse el perfilado bigote: olía a chamusquina en alguna parte. Mariano simplemente creyó oportuno seguir puesto que el olor a gasolina a veces es normal, y no le dio mayor importancia.

Una vez en el local, todo volvía a estar controlado: había chantajeado al responsable de llevar la partida de poker, y todo iba a salir como de costumbre. Sabía que todo el mundo lo respetaría un poco más después de cada jornada de poker, y eso le hacía sentirse mas reconfortante.

Comenzó la primera partida, y para no generar dudas aguantaba. No fue hasta la cuarta partida cuando supo que esta era su manga. Con sagaz inteligencia, dudó hasta el último momento e hizo una leve miradita de reojo a sus contricantes hasta el punto de chocar las miradas entre sí. Mariano sabía que tenía una jugada prácticamente imposible de mejorar: un póker. Apostó todo en la mesa, y otro individuo hizo lo propio. Reía Mariano mientras se descubría el pastel hasta que se dio cuenta cómo el contrincante tenía repoker. Nunca se olió que pasaría algo así nunca. Si no hubiera salido aquella mañana de casa...

Moraleja: cada uno tiene su propio perfume, su propio hedor, pero no siempre este olor gusta a la gente de tu alrededor, hasta el punto que puede incluso rechazarla por completo. Este don no lo poseen los ases...